El 27 de febrero,
vino Manolo Rodas a hablarnos de su infancia en el internado Hogar de San José
de Vigo.
Nos contó que entró
en el internado con casi nueve años, porque era muy rebelde y era pobre. En
aquellos años el internado no se pagaba. Estuvo durante dos años allí.
Todos los días
antes de desayunar iban a misa peinados con agua y colonia y luego desayunaban.
Después iban al aula en fila. Al terminar las clases tenían un recreo de media
hora. Luego comían y más tarde tenían otro recreo. A continuación iban a clase. Después
merendaban y volvían de nuevo a clase, después cenaban y se iban a dormir.
A Manolo le
gustaban los domingos porque comían caracolillos con tomate y carne picada. El día de Viernes
Santo comían sólamente queso y membrillo durante todo el día.
El internado era
mixto aunque en el piso de arriba dormían las chicas que eran mayoría y en el de abajo los chicos. Tenía dos
mejores amigos: uno de ellos, era Pepe Buedo que tenía una imaginación
gigantesca y el otro, era un niño cubano cuyo nombre no recordaba.
La directora se llamaba
Sor Francisca y era bastante
maja. Las demás profesoras también les trataban bien, excepto Sor Ana María,
que a veces les pegaba. En el internado
al que fue Manolo no había ni celador ni conserje, tenían un portero que era
majo.
Tenían las mismas
asignaturas que nosotros pero con menos nivel. En verano tenían dos opciones: ir a casa o a una
residencia de verano. Manolo prefería ir
a la residencia porque estaban al aire
libre, cambiaban saltamontes, les ponían películas como en el cine...
Aunque era un
internado, los domingos las familias podían ir a visitarles. Se reunían en el
comedor y hablaban sobre lo que les
había pasado durante la semana mientras comían. Manolo echaba de menos a su
familia aunque con el tiempo se
acostumbró.
Por lo general, no
había castigos físicos salvo los tortazos de una de las monjas. Además, nos
contó que uno de los niños se hacía pis
sin querer en la cama por las noches. Como castigo, le ponían la sábana encima
de su cabeza durante media hora.
Al terminar el
internado, tenían dos opciones: ir a otro internado o a la Ciudad de los
Muchachos. Manolo escogió
la segunda. La Ciudad de los Muchachos era una pequeña ciudad donde los
niños podían ser libres fundada por el padre
Silva. Era un universo paralelo donde los muchachos podían elegir su propio
futuro: podían aprender distintos oficios, viajar, hacer asambleas, votar,
divertirse, hacer acrobacias, tenían su propia moneda... Se hicieron tan
populares que viajaron por todo el mundo y conocieron muchos famosos.
Aunque
podían ir al cole los profesores les insistían en que se quedaran entrenando.
Manolo se dedicaba a montar los caballos, porque no le gustaba hacer acrobacias.
Era conocido como el Rodas.